Kitchen, Martín EL PERÍODO DE ENTREGUERRAS EN EUROPA CAPÍTULO 2 ECONOMÍA: INFLACIÓN Y CRISIS Los efectos inmediatos de la Primera Guerra Mundial sobre la vida económica y social fueron profundos y demoledores. La más evidente fue la pérdida de vidas, unos 8 millones de europeos murieron, 7 millones quedaron inhabilitados y 15 millones fueron gravemente heridos. Los hombres jóvenes fueron los que más sufrieron. La clase media que constituyó el grueso del cuerpo de oficiales beligerantes fue la que sufrió las mayores pérdidas, provocando un gran número de viudas y huérfanos. Un agudo incremento de la mortalidad civil (aproximadamente 5 millones) fue el resultado de la desnutrición, ineficientes condiciones sanitarias y privaciones. La mortalidad infantil aumentó en 1918 y la natalidad cayó bruscamente durante la guerra. En los años anteriores a la guerra había un ligero predominio del número de mujeres, tendencia que se vio acentuada por la guerra. Aumentó la tasa de divorcios como consecuencia de las tensiones producidas por las largas separaciones durante la guerra y a un relajamiento de las costumbres morales en el mundo de la posguerra. Hubo un ligero incremento de mujeres en la ocupación de puestos de dirección y profesionales, sin llegar a constituir una revolución en la situación de las mujeres. Las empresas dirigidas por mujeres seguían siendo menos importantes que la de los hombres y la cantidad de mujeres en la industria se redujo con la llegada de los hombres de la guerra, encontrando trabajo en el sector de servicios y en la agricultura. Es un error atribuir los fallos del período de entreguerras a la falta de una “generación perdida”. Según este mito, la elite intelectual fue destruida en la guerra y sólo quedaron mediocres para convertirse en políticos de segunda fila, que fueron incapaces de solucionar la sucesivas crisis y que fueron responsables de la otra guerra mundial. La guerra causó una pérdida material sin precedentes, se ha calculado que la pérdida de bienes fue de 30.000 millones de dólares. El costo de cuatro años de guerra fue brutal, ya que estaba 6,5 veces por encima de las deudas nacionales totales mundiales desde finales del siglo XVIII hasta 1914. La mayoría de estos costos había sido cubierta por la financiación deficitaria y las rentas de la época sólo cubrieron una mínima parte del total. Esto trajo un enorme incremento de las existencias de dinero y una disminución de las reservas de oro y plata. Casi todos los países beligerantes abandonaron el patrón oro y sus monedas perdieron valor. La inflación aumentó enormemente haciéndose imposible de controlar al final de la guerra. Aunque las potencias centrales no sufrieron muchos daños materiales, fueron obligadas a pagar fuertes sumas según los términos del tratado de paz. El acuerdo territorial provocó una serie de dislocaciones y la suma total de los pagos por reparaciones era una carga intolerable. Sin embargo, no se puede decir que el Tratado de Versalles fuera el culpable de todos los problemas económicos de Alemania. Los efectos del tratado también fueron graves para Austria-Hungría. Desde el punto de vista territorial salieron beneficiados Polonia, Checoslovaquia, Yugoslavia y Rumania, pero se enfrentaban al problema de convertir sus territorios en entidades económicas únicas y viables. Incluso los países neutrales, donde se habían hecho grandes fortunas durante la guerra, sufrieron grave escasez, atas tasas de inflación y un alto nivel de desempleo. Japón y Estados Unidos se beneficiaron enormemente de la guerra. Estados Unidos había convertido su deuda neta en crédito, su industria se vio estimulada por la demanda aliada de productos. Japón había logrado un gran aumento de su producción industrial. Entre 1913 y 1918 triplicaron sus exportaciones. Pero ellos también sufrieron las consecuencias de la guerra. Los americanos tenían que encontrar trabajo para cuatro millones de soldados licenciados los granjeros se vieron afectados por la caída de precios agrícolas que habían aumentado durante la guerra. Podían exportar sólo si concedían créditos a los países europeos, pero éstos no podían volver a los negocios de siempre porque la situación había cambiado: se había abandonado el patrón oro, las monedas habían alcanzado depreciaciones muy distintas y la reconstrucción y restauración del comercio mundial no era posible sin la estabilización de las monedas, tarea que se hacía muy difícil a causa de las grandes deudas, reparaciones y reestructuración de fronteras. Los gobiernos no se mostraban muy deseosos de acometer seriamente contra la inflación. Durante la guerra hubo un gran aumento de la demanda de hierro, acero y carbón, progresaron industrias de ingeniería y de construcción naval, al igual que las materias primas y productos agrícolas, pero, después de la guerra, no se podía mantener un nivel tan alto de demanda. La sustitución de importaciones que comenzó como exigencia de la guerra, continuó en el período de posguerra. Las tecnologías innovadoras aprovecharon las oportunidades ofrecidas durante la guerra, pero encontraron oposición en los sectores tradicionales, lo cual hizo que surgieran graves problemas de adaptación a una economía basada en la tecnología. Los hombres del Estado, en general, también eran conservadores, por lo cual, cualquier posibilidad de crear un nuevo orden económico, moderno y más dinámico, se perdió tratando de recuperar un mundo que había desaparecido. De todas formas, este mundo ya mostraba signos de agotamiento que sólo fueron acelerados por la guerra. El gasto masivo en bienes y servicios improductivos de todas las guerras, conduce irremediablemente a la inflación. Los efectos inflacionistas de la Gran Guerra no tenía precedentes y no se supo calibrar la enorme demanda reprimida que se desencadenaría una vez acabado el racionamiento, los cupos y los controles. Europa no tenía materias primas, ni capital ni bienes de consumo y los intentos por superar estos problemas no tuvieron éxito. La búsqueda frenética de materias primas alimentó la inflación, retraso la recuperación y aumentó la depreciación de las monedas. Los gobiernos trataban de cumplir con los excesivos pagos de deudas, entregando grandes sumas al mercado especulativo y negociando préstamos a corto plazo con acreedores cada vez menos dispuestos. Los hombres de negocios querían acabar con los controles, el gobierno aceptó, lo que hizo subir más la inflación. A principios de 1920 se redujo la repentina prosperidad, advirtiéndose primero en los países donde la recuperación industrial fue más rápida. La actividad negociadora disminuyó en Estados Unidos y cayó la bolsa en Tokio, al caer el precio del arroz. En Europa aumentó el desempleo, cayeron los precios y se recortó la producción. No se conoce a ciencia cierta cual fue la causa de la caída tan drástica de los precios. El precio de las materias primas cayó, pero sólo después de que los precios de los productos industriales bajaron, y no hay una razón válida para explicar por qué materias primas más baratas deberían haber causado una recesión industrial. Fueron más importantes las políticas deflacionistas llevadas a cabo por Estados Unidos y Gran Bretaña, decididos a equilibrar el presupuesto, reducir el gasto militar y restringir el crédito. Países como Austria, Hungría, Polonia y Rusia, y sobre todo Alemania, optaron por una política inflacionaria. Esta caída de precios hizo que a los países deudores se les hiciera cada vez más difícil cubrir sus obligaciones con sus acreedores. Los problemas de las economías europeas se agravaban porque habían contraído deudas en un momento en que los precios estaban altos y debían pagarlas cuando los precios habían bajado en un 40%. Los alemanes pidieron una moratoria de dos años para pagar. Los británicos estaban de acuerdo pero los franceses no querían concedérsela, por lo tanto les fue negada y los franceses y belgas ocuparon el Ruhr, para asegurarse que se cumplieran los pagos. El Comité de reparaciones, presidido por Charles Dawes, hizo un plan que dejaba intacta la cantidad de dinero que debía pagar Alemania pero reducía la cantidad de los pagos anuales. Para ayudar a Alemania se ofreció un préstamo. En principio el Plan Dawes funcionó bien, pero la mayor parte de los pagos se hicieron con dinero prestado, casi todo eran préstamos a corto plazo. A Alemania le llegó mucho más dinero después de la Gran Guerra que el que llegaría con el Plan Marshall. Esto crearía problemas porque aunque no hubiera habido una crisis en 1929, es inconcebible que los préstamos a escala, mayores que la cantidad pagada como reparaciones, pudieran haber continuado indefinidamente. A la fácil disponibilidad de capital en Alemania estimuló el mercado nacional a expensas de las exportaciones. Como resultado, los efectos de la crisis se amplificaron enormemente por el grado de dependencia de la economía alemana de tan grandes cantidades de capital prestado a corto plazo. El tema de las deudas entre los aliados no era tan importante pero dio pie a dificultades. Los americanos no aceptaban cancelar las deudas, ni un plan para redistribuirla, ni que los alemanes les paguen directamente las reparaciones. Igualmente, Estados Unidos tuvo que realizar concesiones, a tal punto de reducir un gran porcentaje de la deuda y el resto pagarla hasta dentro de sesenta años a un interés muy bajo. En 1925 había un sentimiento generalizado de que Europa entraba en un período de prosperidad, aunque no se debía exagerar el grado de recuperación. La producción manufacturera sólo había recuperado el nivel de 1913, en algunos países y el desempleo era un problema persistente y grave. Este alto nivel de desempleo se debía en parte a las políticas deflacionistas, a la racionalización y a la concentración de la industria, y al declive del sector agrícola. La recuperación se veía impedida por las inestables cotizaciones de la moneda, la especulación sobre los futuros tipos de cambio y las deficiencias en el campo del abastecimiento que hacían que los países cuyas monedas se habían depreciado les resultar difícil beneficiarse del aumento de las exportaciones. En tal situación, las únicas soluciones posibles parecían ser una feroz y dictatorial economía controlada, como en la Unión Soviética, o mendigar a las naciones más ricas. Había desacuerdos con respecto a cómo estabilizar las monedas. Todos acordaban que había que devolverle la estabilidad a los tipos de cambio. En Gran Bretaña, decían que la estabilización de los precios podía lograrse mediante créditos internacionales que aunque fueran inflacionistas, contrarrestarían los efectos del ciclo comercial. Los americanos defendían inmensos préstamos internacionales como medio de fomentar las exportaciones americanas. Aumentar el empleo y fortalecer el dólar, aunque muchos de esos préstamos eran especulativos y moralmente dudosos. Parte del programa de estabilización tenía que ver con la vuelta al patrón oro, pero no se trataba del tradicional en el que un clienta podía exigir el oro al banco central a cambio de un billete, sino que se trataba de un patrón oro en barras, por el cual los bancos centrales poseían lingotes de oro y excluían al público de sus negocios. Otros países adoptaron un patrón de cambio favorable, por el cual el tipo de cambio quedaba fijado al negociar en los mercados de divisas para mantener un tipo de cambio constante con otra moneda que seguía el patrón oro. Esta combinación de expansión crediticia y la negativa de permitir al público tener influencia alguna sobre la determinación del valor mediante la compra de oro si así lo deseaba, fue condenada por economistas y banqueros que no veían con buenos ojos el excesivo poder de los hombres del Banco de Inglaterra. Un sistema así privaba a los demás países de una auténtica soberanía financiera y como estaba pensado para cuidar los egoístas intereses de americanos y británicos estaba destinado a fracasar. A fines de los años ’20 parecía que el sistema funcionaba muy bien. El comercio mundial se expansionó a unos niveles sin precedentes y los precios se mantenían estables. Sin embargo había serios problemas, ya que no existía un acuerdo internacional sobre la estabilización, lagunas monedas estaban sobrevaloradas, otra infravaloradas, puesto que respondían más a la especulación y a la presión política que a un cálculo serio de valores de paridad realistas. La elevada elasticidad del dinero y el crédito con respecto a los tipos de interés era la causa principal de inestabilidad. Además fue importante el apabullante aumento de la productividad norteamericana que no estaba compensando por precios más bajos, por lo que ocultaba una creciente inflación. Los consumidores no podían sostener el alza porque los salarios eran demasiado bajos para los precios artificialmente altos que eran resultado del programa de estabilización. Los países que seguían el patrón oro como tipo de cambio, poseían grandes cantidades de oro al poseer otras monedas igualmente vinculadas a los centros de oro. Por ello si una de estas monedas tenía problemas, crearía un efecto en cadena. Además los que seguían el patrón oro como tipo de cambio, tendían a exigir enormes cantidades de oro con la esperanza de pasar al patrón oro en barras. No había cooperación entre Nueva York, Londres y París, por lo cual el sistema monetario mundial carecía de dirección eficaz. La situación se complicaba más por la frecuente disparidad de las consideraciones económicas nacionales y la necesidad de mantener el equilibrio externo. En Europa la prosperidad del período 1925-29 no estaba equitativamente distribuida. Los países desarrollados industrialmente se beneficiaron con la elevada productividad nacida de la nueva tecnología y técnicas de organización. Los países agrícolas de Europa del Este y el Mediterráneo tuvieron que enfrentar el doble problema de una población en crecimiento y el estancamiento del sector agrícola. En los países más avanzados la prosperidad se basó en inversiones anteriores; los beneficios de las nuevas inversiones no estaban claros y había síntomas de un declive en el índice de expansión. La inversión se dirigía cada vez más a la manufactura de artículos para el consumidor tales como radios, automóviles y aparatos eléctricos, pues parecía que el gran mercado de la clase media era seguro y que la expansión estaba garantizada. Esto provocó distorsiones en los índices de crecimiento de los distintos sectores de la economía. Había una especie de “crisis en tijeras” entre las industrias menos tecnológicas como la agricultura y la obtención de materias primas que se veían perjudicadas por la caída de precios, y los sectores más avanzados, que conseguían mantener los precios a niveles artificialmente altos. Para 1928 se creía que las reparaciones que debía pagar Alemania eran exageradas, aunque su economía había realizado impresionantes progresos. En una conferencia realizada en 1929, se acordó la devolución de las colonias alemanas y el corredor polaco, sin las cuales Alemania no podría pagar nunca sus reparaciones. Los franceses amenazaron con retirar sus depósitos de bancos alemanes, debilitando más el marco. Luego de esto, las relaciones entre Alemania y Francia se pusieron muy tensas y la cooperación entre sus bancos se detuvo. El nuevo plan (Plan Young) era totalmente inaceptable para la derecha alemana, alivió aún más la carga de las reparaciones. Como el Plan Dawes, los pagos comenzarían siendo pequeños e irían aumentando. Se concedió un préstamo de 300 millones de dólares para poner en marcha el plan y las tropas francesas se retirarían de Renania. Mucho antes de la quiebra de Wall Street la economía alemana tenía grandes problemas. Una serie de cierre de patronales hicieron que descendiera la producción, un crudo invierno causó una penuria generalizada, los tipos de interés aumentaban, los inventarios crecían y había dos millones de parados. El problema del desempleo fue el que precipitó la crisis política. El gobierno socialdemócrata propuso aumentar las contribuciones de los que todavía tenían trabajo, lo que era inaceptable para los sindicatos y el Partido del Pueblo Alemán. La coalición gubernamental se deshizo y el nuevo gobierno decidió seguir una política de deflación. Finalmente el paro se disparó, la crisis política se agudizó y los extranjeros retiraron su capital rápidamente. El gobierno alemán, como los demás países manufactureros europeos, intentaba proteger a sus granjeros de la competencia de los productos importados, cuyo precio estaba bajando deprisa. Los países agrícolas respondieron subiendo sus aranceles sobre productos industriales, lo que pronto desató una guerra arancelaria. Aunque para los gobiernos era fácil reducir las importaciones, no era posible aumentar las exportaciones cuando los socios comerciales no estaban dispuestos a comprarles. Los países de Europa del Este fueron los que más sufrieron. En Alemania los agricultores quedaron protegidos de los efectos de la crisis y las disparidades entre los precios agrícolas e industriales a través de aranceles proteccionistas, créditos baratos y subsidios. A finales de los años ’30, estas elaboradas formas de control de cambio, restricciones al crédito y sistemas de compensación, equivalían al antiguo sistema de trueque de alimentos y materias primas por productos manufacturados y Alemania no era la única en utilizar estos métodos, ya que hacia 1937, casi el 75% del comercio europeo se basaba en el sistema de trueque. En Francia los elevados precios nacionales y el déficit crónico, obligaron a proteger la agricultura de la competencia extranjera y a bajar los precios industriales para fomentar las exportaciones. Estas políticas fracasaron en Francia como en todos lados. Las industrias preferían recortar la producción antes que bajar los precios y los precios mínimos en la agricultura produjeron una continuación a niveles de producción antieconómicos. Así, las diferencias entre los sectores agrícola e industrial continuaron, al igual que no pudieron superar el problema del déficit. La crisis causó una caída en las rentas a medida que disminuían los ingresos por impuestos y aumentaba la demanda de servicios sociales, especialmente el subsidio de desempleo, que debían ser mantenidos, no sólo por cuestiones políticas, sino para sostener el nivel de demanda. Cada nación intentaba como mejor podía enfrentarse a los problemas de la crisis, por lo cual el mundo se fue dividiendo cada vez más y las barreras monetarias y comerciales pensadas para proteger a cada país o grupo de países contribuyeron a aumentar los efectos que se suponía debía contrarrestar. Hacia 1932, existía la convicción general de que sólo un acuerdo internacional sobre aranceles, comercio y créditos, mejoraría la situación. Había acuerdo en que se debía firmar una tregua arancelaria y hacer un esfuerzo para asegurar una reducción de aranceles y la restauración del libre intercambio de bienes y servicios. Esto iría unido a la abolición de los controles sobre el cambio, la restauración de los tipos de cambio predecibles, probablemente mediante el regreso del patrón oro a índices más bajos de conversión, una estabilización de los precios mundiales, la liquidación de las deudas internacionales y estimular la creación de empleo. Esta necesidad se acentuó cuando Estados Unidos abandonó el patrón oro. En 1933 se celebró la Conferencia de Economía Mundial, que intentó fijar el tipo de cambió, pero fracasó. Los países del Imperio Británico se agruparon y formaron el área de la libra esterlina, mientras que la Alemania nazi seguía por el camino de la autarquía. El mundo estaba comenzando a salir de la crisis. Estados Unidos se recuperaba gradualmente. El área de la libra esterlina utilizaba sus propios intereses con cierto éxito. Alemania e Italia continuaban por sus caminos independientes, egoístas y peligrosos, y los países más pobres de Europa tenían continuos problemas para cubrir sus deudas, pero había un modesto aumento de la producción industrial y de las exportaciones en la mayoría de los países. Francia, Holanda, Suiza, Bélgica, Italia y Polonia formaron un bloque del oro, conviniendo cuentas de oro entre ellas, pero negándose a exportar oro fuera del bloque. Este bloque se constituyó formalmente cuando el presidente Roosevelt se negó a aceptar las propuestas de la Conferencia, como una medida defensiva basada en la esperanza que una deflación rigurosa llevaría a balanzas comerciales satisfactorias y reservas de oro adecuadas. El resultado fue una moneda sobrevalorada, productos con precios excesivos y una caída de las exportaciones. Así, mientras el comercio mundial empezaba a expandirse, las exportaciones francesas seguían bajando. Había un descontento social generalizado, pues la mayoría de la gente pensaba que se les estaba pidiendo que hicieran grandes sacrificios porque tenían menos francos en el bolsillo. En 1935, el gobierno belga decidió devaluar el franco en un 28%, y los efectos fueron inmediatos y saludables: los precios subieron, las exportaciones se recuperaron y las reservas de oro mejoraron. Finalmente, el gobierno francés también tuvo que devaluar, pero no fue suficiente para remediar la situación, por lo que en 1938, se devaluó otra vez. En 1937, se presenció una gran recesión en Estados Unidos causada por la acumulación de inventario, la mayor escasez de dinero y un cambio de política fiscal para enfrentar un gran déficit. Esto perjudicó a los países más pobres. Por toda Europa cayeron los valores en respuesta al hundimiento de precios de Wall Street, debido en parte, a los programas de rearme a gran escala. Alemania inició el rearme a gran escala, con un plan que incluía proyectos ambiciosos, como producción en masa de caucho y petróleo artificiales y la explotación de minas nacionales de hierro con vistas a superar la escasez crónica de divisas. El resto de los países seguían una especie de keynesianismo, pero con una cantidad cada vez mayor de gastos gubernamentales, se dedicaba a los armamentos, resultando imposible llegara a algún tipo de acuerdo internacional sobre obras públicas, materias primas y la coordinación de políticas anticíclicas. Estados Unidos no se dio cuenta de su papel de líder como la nación más rica y poderosa, hasta la guerra. Esto lo conseguiría con medidas tales como el Convenio de Préstamos y Arriendos, Bretton Woods y el Plan Marshall. Sin la guerra cuesta imaginar que las actitudes americanas cambiaran tan drásticamente.